//º\\Esperando a la Libertad//º\\ (Libre)

Kaoru iba de camino al bosque, luego de presenciar el bellísimo atardecer en el pueblo en el que había aprovechado para hacer uno que otro trabajo, y de paso, divertirse un poco robando. Bah, divertirse... ya comenzaba a sentir aburrido el hacer siempre lo mismo para ganarse el pan de cada día... el cual no resultaba bonito comer, pues a cada mordisco, el pensamiento de que estaba comiendo eso gracias a la desgracia ajena, lo atragantaba siempre. ¿Pero qué más podía hacer? No sabía trabajar de otra cosa; había crecido como un simple ladrón por necesidad... aunque no tenía el corazón de uno. No lo tenía, y por eso tenía tal cargo de conscienca.

Bueno... De regreso al bosque, generalmente tenía que pasar por aquel horroroso lugar, aunque lo lamentara. ¡Qué peste, por Dios! Aquel olor que le hacía arrugar el puente de la nariz y caminar tropezándose cada dos por tres ya que le lloraban los ojos de tanto olfatear eso. Como odiaba tener que pasar por ahí.
Pero entonces, escuchó algo que lo hizo detenerse a medio camino. Cadenas. ¿Cadenas? ¿Porqué eso se oía allí? Al parecer venía de un lugar un tanto alejado al camino que transitaba todos los días. ¿Sería por eso que nunca lo había oído?.
Solo por si acaso, antes de acercarse decidió transformarse. Pronto, el chico polirojo de complexión delgada y apariencia amable, ahora era un lycan de negruno y largo pelaje, colmillos aguzados y garras afiladas, con una larga cola felposa y orejas puntiagudas... Un can de más de dos metros, bípedo.
Ya más ágil, se acercó saltando de rama en rama de cada árbol mohoso en la orilla del pantano, hasta divisar en las cercanías a... a... ¿Qué era ese ser?. No parecía peligroso, no algo contra lo que no pudiera luchar, o escapar en todo caso. Después de todo estaba encadenada.

Se quedó a unos metros, con las orejas en alto y observándola espectante con aquellas orbes esmeralda brillantes. No sentía miedo... más bien, el sentimiento que reinaba en él era la pena, compasión.
Esperó a que sucediera algo... mirando.

Había permanecido tenzo y espectante, en busca de alguna reacción por parte de aquella criatura que seguramente podía sentir su presencia. Pero no... solo percibía miedo y desesperación por parte de la "muchacha", lo cual hizo que bajara la guardia.
Pronto, al ver que no habían muestras de peligro se destransformó, retomando su forma humana y, aún desde aquella rama cercana, saltó hasta otra ágilmente que yacía prácticamente al lado de la criatura, desde la que le habló.
-No tengas miedo... No te voy a hacer nada. -Susurró en tono suficientemente audible y lo más ameno posible, intentando calmarla. Claro que un lycan era amenazador, pero él hacia su mayor esfuerzo por mostrar que no quería hacerle daño.
Estiró su brazo, titubeante, acercando la mano hasta tocar suavemente el hombro de la muchacha, para dar una suave caricia. Se notaba que cuando niño no le habían enseñado que no debía acercarse a criaturas encadenadas con aspecto extraño... Pero sentía que no podía pasar de largo y dejarla a su suerte. -¿Porqué estás aquí?.

Se limitaba a observar las cristalinas lágrimas hacer su recorrido desde los pómulos ajenos hasta el suelo pantanoso del que aquella criatura luchaba por escapar; y a oír sus palabras entrecortadas y de tono acongojado.
No pudo decir nada, no sabía qué responderle, mas su corazón sí reaccionaba con latidos acelerados, como si compartiera la tristeza con su nueva acompañante. Tristeza... últimamente sentía que ese sentimiento estaba en todas partes, que abundaba mucho más que la felicidad, y por las más diversas causas.

Con la mano libre se sostenía del tronco del árbol en el que estaba parado, y quitó la otra con la cual acariciaba a la mujer para llevarla también a la rama y así poder sostenerse mejor. No parecía nada fácil salir del pantano, y no podría ayudar a nadie si terminaba calléndose allí.
Una pequeña sonrisa, calma y muy amena se dibujó en su rostro. No significaba que estuviera feliz, para nada. Era para intentar tranquilizar a la dama, para demostrarle que no tenía razones para desconfiar de él.
-...Porque no percibo maldad en tí. -Murmuró tan solo aquella corta frase, deteniendose entonces a mirar con el ceño fruncido las cadenas que apresaban a la criatura.
-¿Quieres que te saque de aquí?. -Estúpida la pregunta que había formulado, mas aún así terminó preguntando. ¿Y si la mujer estuviera allí porque era una amenaza? No lo parecía, no podía serlo, se intentaba convencer el lobo.

¿Qué era eso que comenzaba a sentir en el pecho? Latidos presurosos, sí, muy acelerados, y ganas de llorar junto a la muchacha. ¿Era aquello lo que se sentía cuando veía que estaba haciendo tan feliz a alguien? No lo sabía, y por un momento dudaba que le importase averiguarlo. Lo único de lo que estaba seguro, era que ese sentimiento resultaba realmente muy agradable, y no quería dejar de sentirlo por ninguna circunstancia. Era como si la dicha de aquella mujer, se le traspasase a él.
Y pensar que todos estos años, el lobo tan solo había causado desdicha, dolor y sufrimiento a muchas personas sólamente por dinero, por un mero trabajo como si la vida de los demás no significara nada... Pero ahora no era así, y aquello lo alegraba en demasía y lograba olvidar esos pensamientos tan terribles.

Asintió con la cabeza cuando la muchacha preguntó, un par de veces enérgicamente, mas luego, su expresión volvio a tornarse serena e incluso un tanto seria.
-¿Crees que hago esto por conseguir algo? -Susurró, con los ojos entrecerrados.- No, hoy no busco nada, ni te pediré que me sirvas. -Agregó en voz baja.
No tardó más; pronto comenzó su metamorfosis que rápidamente terminó, dando paso a la figura canina y amenazadora nuevamente. Hizo un gran esfuerzo por no caerse de la gruesa rama cuando se estiró para tomar las cadenas enlodadas, y prontamente comenzó a estirarlas con sus brazos, con una fuerza brutal. Bastaron dos o tres estirones para que estas se rompieran, y luego prosiguió con las demás. No eran cadenas muy resistentes, y comenzaba a preguntarse porqué la muchacha no las había roto ella misma.
Una vez terminó de romperlas todas, volvió a su forma "humana" y, desde donde estaba, le tendio la mano para ayudarla a subir, sin decir nada más.