Hermoso palacio, digno para una bella persona como ella misma, se había encaprichado en que no le sentaría mal el papel de reina o gobernante, no había nadie mas que se lo mereciera que ella misma, era hermosa, inteligente y poderosa, todo lo que poseía lo había conseguido con sus propias manos sin importarse que se tratase de juguetes o tesoros.
Sus alas y su mortífera cola estaban ocultas bajo su piel clara y suave, su esbelto y delgado cuerpo estaba cubierto por un delicado vestido largo azul zafiro que insinuaba su cuerpo en cada pliegue, sus ojos rojos rubí estaban enmarcados por una lacia y extensa cabellera negra noche que se mecía con la brisa tras su espalda, unas orejas largas y puntiagudas como la de los elfos y unos cuernos de cabra en su cabeza le otorgaban una belleza exótica y atrayente, completamente decorada con bellas joyas que no podían competir con la hermosura de su ama. Su ser era pura vanidad, orgullo y ego, tan así que podría ser la viva representación de dicho pecado.
Había logrado entrar en la bella estructura que representaba el poder de un monarca, caminando tranquila tomada del brazo de uno de los guardias que había caído bajo su encanto y ahora le servia de guía turística, ninguno de los soldados de allí se atrevió a interrumpirles mas allá que para alagar a la bella y tímida dama que les acompañaba y le saludaba con cortesía, ilusos solo muéstrenme el trono, solo déjenme jugar a reinar hasta que incluso ustedes me aburran.