A Moment... -Privado: Aüre.- [R+18(?)]

-Huff... Puff...-

Un poderoso rugido reinó sobre el silencio de esa región tan alejada del mundo. En medio del hielo y la nieve, una creatura gigantesca se abalanzaba sobre una pequeña figura entallada en un vestido blanco con cintillo rojo, pulseras doradas y broche de zafiro al pecho. Tenía una larga cabellera rubia con tonalidades verdosas, y varios raspones y heridas. Llevaba luchando más de seis horas seguidas contra ese dragón, sin pausa ni descanso.

-No tengo alternativa...- Musitó. -El señor Aüre me pidió que de ser posible no matara a un dragón, pero... ¡Si no lo hago, el dragón me matará a mi! ¡¡HAAAAH!!-

La nieve, el hielo y las rocas alrededor de la chica se elevaron a su alrededor, como un tornado; su ki se estaba incrementando de forma rápida y descontrolada, mientras una esfera verde intensa a su alrededor absorbía más y más poder. Toda esa energía se concentró en su puño, y velozmente saltó hacia el reptil de leyenda.

-¡Lo siento, dragón, pero esto lo hago por salvar mi vida! ¡¡TE ATRAVESARÉ!!-

La inmensa creatura levantó una de sus poderosas garras para repeler a la joven, quién a pesar de eso pasó limpiamente por la planta y el pecho del dragón, saliendo por su espalda. Era tanta la energía que desprendía que la sangre y vísceras que atravesó fueron evaporadas. Y todavía le sobró energía para hacer una esfera de brillante color esmeralda, la cual arrojó al interior del cuerpo del dragón. La explosión sacudió las montañas, provocó avalanchas y resquebrajó los glaciares, y la chica descendió a la nieve. De un suspiro, su cabello rubio se tornó negro azabache al igual que sus ojos, los cuales antes eran dos orbes de color azul brillante. Habían pasado ya tres años desde que había dejado el orfanato; estaba más delgada y su cuerpo aún tierno e infantil mostraba ya los rasgos de una mujer: Labios definidos, muslos y caderas más anchas, cintura definida y graciosamente acentuada por el cintillo, y dos pechos redondos y de buen tamaño, que prometían crecer más con la edad. La pequeña Rossy dejaba de ser pequeña, estaba por cumplir los catorce años de edad.

-Rayos, tendré que remendar el vestido de nuevo... - Se dijo en voz baja, mirando una de sus piernas blancas y largas exhibirse casi hasta la ingle por algunas rasgaduras. El pecho del vestido había sufrido algunos daños, más no dejaba ver nada; no de forma satisfactoria. La niña miró el cadáver humeante del dragón y suspiró hondamente.

-El señor Aüre me va a matar cuando se entere... Ese dragón es de los pocos que quedan en su especie...- Y poniéndose de pie, se elevó en el aire volando de regreso al campamento en las faldas de la montaña.

Sólo tuvo que volar por menos de tres minutos. La pequeña choza donde estaban viviendo temporalmente no quedaba muy lejos, a decir verdad se encontraba a escasos kilómetros de donde ella había peleado con aquel majestuoso dragón de las montañas, y consecuentemente le había matado. La noche empezaba a caer, y su estómago a gruñir.

-¿Me pregunto si el señor Aüre tendrá lista la cena o si me mandará a pescar en el lago congelado de nuevo?- Se preguntó, y un escalofrío la recorrío al pensar en sumergirse en ese lago helado sin más protección que algo de ropa interior y pesas en brazos y piernas. Pero había valido la pena; el animal que cazó les dio de comer por tres días enteros. Era un pez gigantesco, medía diez veces lo que Rossy; un ejemplar formidable. La chica aterrizó frente a la choza y entró lentamente.

-¡Maestro, ya volví!- Exclamó, llena de alegría al ver al licántropo. Su vestido blanco está mojado por algo de la nieve que se derritió, trasparentándose y otorgando una furtiva vista a la piel blanca y los redondos y curveados senos de la chica. Algunas manchas de sangre, tanto suyas como del dragón, figuran en el pecho, las mangas y la falda desgarrada, pero aún tapando pudorosamente su intimidad.

-Logré vencer al dragón, pero... - Bajó la cabeza, cruzó los brazos detrás de su espalda y empezó a hacer lunitas con el pie, hábito que en esos años no se le había quitado. -Bueno... Las cosas se pusieron algo tensas y tuve que matarlo... ¡De... De verdad lo siento!- Exclamó, enfatizando sus disculpas y levantando las manos, pegando un ligero salto que, sin pretenderlo, hace que sus senos reboten un poco. Al sentir el movimiento enrojece. "Rayos... Quedarme plana habría sido mejor. Qué vergüenza, el señor Aüre vió como rebotaron... ", pensó, cubriéndose ligeramente el pecho con los antebrazos.

La chica sonrió, como siempre lo hacía, ante la amabilidad de su maestro. Le aliviaba que no hubiera hecho un comentario acerca de sus "dos grandes amigas", las cuales eran las principales culpables de que a la chica le llovieran piropos de parte de toda clase de varones en brama siempre que iba a un poblado a comprar legumbres. Pero Aüre era distinto a esos sujetos; a pesar de ser un chico, nunca le había faltado al respeto, siempre manteniéndose a raya.

La sugerencia de cambiarse de ropa era buena, pero había un problema: Ese vestido era el único que tenía y el único que siempre había tenido desde que lo hizo en el orfelinato. Había pasado ya por mil remiendos y había ido creciendo para vestirla bien conforme ella crecía. No tenía alternativa, tendría que quitárselo y estar en ropa interior; igual se cubriría con una de las pieles de los animales de la región, gruesas, cálidas e ideales para resistir los crueles fríos de las montañas nevadas de Renais. Se abrió el cintillo, dejándolo caer sobre el camastro y quitándose el vestido; debajo llevaba pantaletas blancas simples y sostenía los grandes principios de su busto con vendas. A pesar de ajustarlos, en una que otra ocasión le habían botado de forma inesperada, y estaba por perder la paciencia. Se sentó en la cama y se descalzó de sus botas de cuero, sus pies también estaban vendados a modo de calcetines. Despues de eso se acostó, olfateando el agradable aroma de la carne de ciervo, que se asaba a las brasas en una pequeña fogata.

-Señor Aüre... Si la carne tarda mucho en cocerse, ¿Está bien si la guiso con mis poderes?- Sugirió, abriendo su palma, en la cual brilló una diminuta canica esmeralda hecha de energía. Con el entrenamiento comenzaba a ser capaz de exteriorizar sus poderes sin tener que transformarse, aunque eran muy inferiores a los de la Súper Saiyajin Legendaria en la que era capaz de convertirse a voluntad. Gracias a esa exteriorización, ya era capaz de volar por los cielos sin tener que transformarse, pero manifestar otras formas de poder aún le costaban mucho trabajo. De cualquier modo, su sugerencia no había sido para probar sus poderes, sino porque en verdad se encontraba hambrienta, y entre más pronto diera buena cuenta de ese ciervo, mejor. El frío nocturno empezaba a dar sus primeras señales de vida, y la jovencita se acurrucó en una de las gruesas pieles de oso.

La joven empezaba a dormitar en medio de las cálidas pieles de oso. A pesar de estar semidesnuda, el abrigo que ofrecían las pieles era tanto que sentía que tenía puestos tres abrigos. La calidez la arrullaba, mientras que el hambre hacia de su cansancio algo aún más pesado. Sin embargo, cuando escuchó el quejido de Aüre dió un respingo, como un gatito que se asusta al escuchar algo caer al piso.

-¿Se encuentra bien, señor Aüre?- Preguntó, inclinándose hacia adelante. Sin querer, uno de sus pechos se escapó de los vendajes, que se habían aflojado con la pelea y al quitarse la ropa. Su seno rodó fuera de las vendas como una perla hecha de seda; blanco, redondo y suave, con un pezón claro y erguido por el frío que arreciaba en el ambiente. Rossy no se percató de ese accidente, sólo estaba atenta a lo que le había sucedido a su maestro. Dió un suspiro de alivio al ver que sólo se había quemado con una brasita y se sentó en el camastro. "El señor Aüre tiene razón, debería cuidar más mi energía... Aunque es demasiada, y no me vendría mal experimentar..."; ya hurdiría un plan para practicar el uso de sus poderes sin la necesidad de transformarse. A como diera lugar, ella quería volverse la más fuerte de los Cuatro Guardianes. En teoría, si incrementaba su fuerza y sus poderes sin transformarse, al convertirse en la Súper Saiyajin Legendaria su nivel de pelea se dispararía a una altura mayor... En teoría.

-Qué bien que ya está la comida... Por poco me duermo sin cenar.- Comentó con una risita y se puso de pie, acercándose para coger un plato y servirse un tajo de carne de ciervo. Una corriente de aire la hizo mirar a su pecho, y al ver su seno desnudo exhibiéndose de esa forma soltó un gritito y se lo tapó con una mano.

-¡No mire!- Exclamó, más roja que un tomate y dándose vuelta para acomodarse los senos dentro de las vendas. "Qué embarazoso... Qué embarazoso es tenerlas tan grandes... ¡Rayos! Y el señor Aüre me lo vió, estoy segura... ¡Qué vergüenza!" pensaba, roja hasta las orejas. Una vez que se acomodó los pechos volteó nerviosa hacia su maestro. Cogió en silencio un plato y se sentó a servirse su ración.

Rossy pegó otro respingo, esta vez de sorpresa y pudor. Las palabras de su maestro la hicieron enrojecer mientras su mente divagaba en la sonrisa del licántropo.

-No diga eso, señor Aüre...- Musitó muy avergonzada. A pesar del frío, que arreciaba cada vez más, Rossy experimentaba una sensación de calidez en todo su cuerpo; era un calor poco natural, empezaba de adentro hacia afuera y la hacía sentir ansiosa y algo incómoda a la vez. No sabía qué era esa sensación, pero la sentía cada vez más frecuentemente. Y sabía qué era lo que le despertaba esa ansiedad: Aüre Ferrir, el joven licántropo que le ofrecía algo de carne de ciervo. La chica cogió el alimento, le sopló un poco y probó bocado. La carne estaba suave y jugosa, si conseguía los condimentos indicados, cazaría un ciervo y haría un estofado para el... De pronto se imaginó viviendo sola con Aüre, el llegaba a la casa sonriendo como siempre y ella lo esperaba con un limpio vestido, sandalias y su cabello amarrado con una cinta. El la tomaba de la cintura y se acercaba a su rostro...

-Está muy bueno, señor Aüre, aunque en estofado sabría mejor.- Le dijo, sonriendo y mirándolo de reojo aún nerviosa por el pudoroso incidente, sumado a esa pequeña fantasía y la rara sensación que corría por todo su cuerpo. Se preguntó si sería buena idea preguntarle al respecto sobre ese sentimiento, después de todo no podía ser nada malo, ¿O sí.?

El viento mecía las copas de los árboles en una extraña calma. La nieve empezaba a caer del cielo, cubriéndolo todo de blanco mientras ellos comían. Su maestro comentó que quizás nevaría toda la noche, y estaba por responder algo al respecto cuando el hizo otro comentario que la inquietó más. Dormir acurrucada a un lado del enorme lobo en que podía transformarse era una idea agradable, pero no era lo que ella quería de verdad. Bajó un poco la mirada a su plato, sintiendo que los nervios le aniquilaban el apetito, y habló despacio, con la voz tímida y temblorosa que había caracterizado su niñez.

-No... No estaría mal, señor Aüre, pero... Yo quisiera... Digo, yo preferiría si usted duerme a mi lado... Así.- Y alzó sus ojos redondos y grandes para mirarlo a la cara; lucía despreocupado, pero no como siempre. Esa extraña sensación la recorría cada vez más, latiendo con fuerza en su pecho, y haciéndola respirar por la boca, como si acabara de correr. Por instinto, sin saber por qué, cerró sus piernas sintiendose incómoda. Incómodamente ansiosa.

-Lo que pasa... Señor Aüre, lo que pasa es que... - Titubeaba buscando las palabras adecuadas para describir lo que siente. A pesar del clima, estaba sudando un poco, sin querer apartar la mirada del rostro de su maestro, e inconscientemente acercándose a el. -Me siento muy rara... Me he sentido así ya varias veces cuando lo veo... A... A usted, maestro. Me dan ganas de que me abrace, que esté junto a mi... Que me toque...- Confesó, cerrando los ojos muy apenada y dejando a un lado el plato de carne de ciervo para acercarse a el y recargar de forma dócil su cabeza en uno de los muslos del joven, temblando muy nerviosa y desconociendo el por qué de sus actos. Lo único que desea es estar junto a su maestro, sentir sus manos acariciándola, sus brazos envolviendo su cuerpo... Incluso se sentía capaz de estirarse y robarle un beso.

-Señor Aüre... ¿Qué es lo que siento?- Preguntó con una inocencia fatal, entrecerrando los ojos y alzando el rostro hacia el de Aüre. Esa sensación de ansiedad iba creciendo más y más, respirando inquieta por la boca y sintiendo cómo una parte inexplorada de su cuerpo comenzaba a humedecerse...

Las mejillas de Rossy se pusieron rojas como la grana, mientras sus ojos se abrían expresando todo su asombro. Aüre la estaba besando, de verdad la estaba besando; era como un sueño hecho realidad para la joven Saiyajin, la cual cerró los ojos sonriendo en una felicidad entera mientras lo abrazaba por el cuello, como siempre había leído en sus libros de caballería que hacían las doncellas al recibir el primer beso de su caballero de brillante armadura. La joven de ojos negros disfrutó hasta el último instante de ese largo y placentero beso, que para ella era la tesis de todo lo romántico y lo poético. Se separó apenas unos milímetros del rostro del licántropo, sintiendo su corazón golpear contra su pecho como si quisiera salir de el.

-Esperé tanto tiempo por ese momento... - Musitó con debilidad y contento.

El fuego crepitaba en el improvisado fogón de la choza, y la luz de las flamas proyectaba una batalla interminable de sombras y figuras. En medio de ese campo minado de nostalgia, la chica se levantó, descalza y semidesnuda; hermosa.

-Quiero ser tuya... Hazme tuya, Aüre.- Le dijo al oído, abrazándolo, embriagándose con su calor. La pulsante sensación de deseo se había vuelto tan potente que la desinhibía al punto de quitarle el "señor" al nombre de su maestro. -Hazme tuya... - Repitió, ignorando el verdadero significado de esas palabras. Lo único que sabía era que sería algo bello y único, que sería, en palabras de miles de juglares anónimos, "la unión de carne con carne, la fusión de alma con pasión; hacer amor con el cuerpo."

Afuera de la choza la tormenta arreciaba, pero adentro apenas y comenzaba.

La joven dio un ligero respingo al sentir la firme erección de su maestro en esa zona virgen de su cuerpo. Al principio le dio pudor, pero el pudor fue abatido por otra sensación; era un calor que hacía sus rodillas doblarse, que cerraba sus ojos como una mano invisible, que la relajaba y la llenaba de gozo. Era la primera vez que Rossy experimentaba el placer de la carne. Aüre la besó de nuevo, y ella contestó a su beso abrazándolo aun más estrechamente, anhelando su cuerpo caliente cerca del de ella. El roce de su piel era delicioso, tras ese beso la joven Saiyajin quiso comérselo entero a besos; besó su mejilla, su oreja, su cuello... Se quedó recargada en su pecho, acariciando su cabello. Suspiró hondo, cerró los ojos sonriendo, feliz de estar en sus brazos.

-Aüre... - Musitó su nombre. El bulto dentro del pantalón del licántropo seguía endurecido, clavándose ligeramente en su carne suave y cálida, protegida por sus pantaletas y condonada por las prendas del joven. Despacio, suavemente y con timidez movió sus caderas, frotándose la entrepierna con el bulto que había en el pantalón de su maestro. A diferencia de antes, ahora sabía por qué lo hacia: Para sentir de nuevo ese placer que debilitaba su cuerpo, esa sensación que derretía cada fibra de su ser, que la transformaba de una Guardiana del Sol a una chica indefensa y vulnerable. Sus manos se aferraron a la espalda del licántropo, al igual que apretaba los dedos de sus pies, jadeando muy despacio en su oído.

-Se siente bien, Aüre... - Gimió con suavidad cerrando los ojos, entregándose a la embriagante sensación que recorría su cuerpo. Su zona íntima empezaba a humedecerse, al igual que una fina capa de sudor se presentaba sobre su cuerpo. La joven abrió los ojos posándolos en los de su adorado maestro. El tercer beso de la noche lo cobró ella, intenso y beligerante, casi inspirado en sus batallas contra dragones, quimeras y monstruos acuáticos a los que se había enfrentado para incrementar sus poderes. Había crecido, se había fortalecido, y todo gracias a ese joven licántropo, a quién esa noche quería entregarle todo su ser en un acto de amor inagotable.

-Aüre...- Musitó de nuevo su nombre, dejándose besar. Se sorprendió al sentir la lengua de su maestro invadir su boca y acariciar la suya, más no supo precisamente cómo responder a ese gesto. Lo sintió tomarla y recostarla sobre el camastro que había ideado para descansar, y quedó a un lado de la cálida y suave piel de oso que la guarecía del frío. Sintió de nuevo los labios de su maestro, ahora besando y lamiendo su cuello. Aquello le provocaba más de ese placer que la empezaba a embriagar.

Dio otro respingo de pudor y sorpresa al sentir la mano del licántropo cogiendo uno de sus pechos; su rostro se sonrojó con algo de vergüenza y cerró los ojos, sin saber cómo responder a ese gesto tampoco, más la caricia era agradable, relajante incluso. Poquito a poco dejó de sentir ese pudor, acostumbrándose a las caricias y los juegos, incluso empezó a suspirar y gemir de forma placentera y gustosa. No había por qué negarlo, le gustaba. Le gustaba sentir ese placer, le gustaba Aüre y le gustaba que estuviera junto a ella, que la tocara de esa forma. Llevó una de sus manos a su pecho y tomó la del licántropo, incitándolo a que la frotara un poco más fuerte.

-Rico... Aüre, se siente rico...- Gimió a su oído, mientras acariciaba su rostro con su mano libre. Sintió la izquierda del licántropo posándose en su vientre, acariciándolo muy suavemente. "¿Qué hago? ¿Qué hago? Aüre... ¿Qué quieres tocar de mi cuerpo? ... ¿Esto es... Hacer el amor?" se preguntaba fugazmente, algo asustada al no saber qué podría pasar. Empezó a ponerse nerviosa, jadeando un poco más aprisa y temblando un poco. Abrió a la mitad sus ojos grandes y redondos y miró a Aüre.

-¿Qué harás?...- Preguntó temerosa, bastante nerviosa y ajetreada. -Vas a... ¿Me tocarás... Entre las piernas?- Se aventuró a preguntar. Siendo su entrepierna el único lugar que nadie, ni siquiera ella, había tocado jamás, y cómo se estaban entregando sus cuerpos, intuyó que la mano que el tenía sobre su vientre se dirigía a esa zona virgen de su ser. -Aüre, no sé... Me siento muy rara, yo... - Titubeó, antes de suspirar y sonreirle, aún sumamente nerviosa y tímida.

-Tócame... Soy tuya.-

La joven Saiyajin dió un respinguito más al ver el torso desnudo, esbelto y atlético de Aüre. El calor iba en aumento, habían pasado de una fría noche de invierno a estar desnudos de sol a sol en el desierto. Rossy sintió la mano del licántropo deslizarse bajo sus sencillas pantaletas y acariciar su entrepierna, húmeda ya desde hace varios minutos de conversación. La sensación de placer y deleite que la recorrió era incomparable; se arqueó un poco dejando salir un lento gemido de sus labios todavía infantiles, y sus manitas aprisionaron la suave y cálida piel de oso en la que estaban recostados.

-¡Aüre!- Gimió sonoramente su nombre. Era simplemente delicioso, sentir como su maestro la masturbaba de esa manera, frotando las suaves y calientes carnes de su sexo. Rossy empezó a jadear, abriendo más las piernas para que la tocara a gusto. Sus instintos estaban enloqueciendo, su piel se le erizó. Sentía con timidez y pudor como se mojaba más y más con las caricias, pero no quería que el se detuviera, sino todo lo contrario; quería que siguiera, y de ser posible, llevara esas sensaciones a otro nivel. No conocía por completo su cuerpo, así que todo era posible, en teoría.

Las vendas que cubrían su pecho se estaban aflojando por los movimientos, y no tardaron en desatarse, exponiendo sus suaves senos ante Aüre. Sus pezones, gorditos y de un color ligeramente café, se encontraban completamente erguidos por los estímulos que su maestro le provocaba. Rossy gemía más y más, y deseosa de experimentar más de ese placer se llevó una de sus manos a su pecho, frotándose ella misma uno de sus senos. Jamás había imaginado que hacer eso provocaría una sensación tan relajante y placentera; sólo los tocaba cuando se bañaba, y era para enjabonarlos y enjuagarse después. Alzó la cabeza y le dio un largo beso en los labios al licántropo, esta vez metiendo ella su lengua a la boca ajena, como lo había hecho el con anterioridad.

La chica respiraba agitadamente, temblando un poco por las placenteras sensaciones que le provocaba Aüre. La estaba tocando con el mismo cariño que siempre le demostraba al darle una palmadita; él sabía lo que hacía, y el efecto que producía en ella. Le sonrió mientras la masturbaba, mirándolo a los ojos como si le comunicara que lo había descubierto, que era libre de hacer lo que quisiera, siempre que lo hiciera con cariño, que la hiciera feliz. Y casi como una respuesta a su coquetería, el lobo deslizó su mano un poco más abajo, poniendo uno de sus dedos entre las carnosas comisuras de su sexo. Sentía todos sus movimientos con un delicioso detalle; Aüre la había adiestrado para despertar todos sus sentidos, y eso ahora jugaba un papel enormemente favorable en el ámbito sexual de la joven Saiyajin. Sintió con un respinguito cómo su dedo se adentraba muy lentamente, haciéndola estremecer de placer... Pero casi al momento sintió una fuerte punzada de dolor, dejando salir un quejido sonoro y mirándolo con un poco de miedo.

-M-me dolió... - Musitó desconcertada. Esa punzada de dolor casi había apagado toda la pasión que sentía en ese momento. Sentía esa parte de su ser celosamente cerrada, tanto que la menor intrusión de su dedo la había lastimado. Pero su intuición le decía que eso no podía ser, que quizás había algún error. En el mismo lugar donde ella tenía esa delicada apertura, Aüre, un varón, tenía un falo rígido y grueso, ya muy notorio en el pantalón del joven; la respuesta de dónde tenía que ir ese falo era obvia, pero ¿Por qué dolía? Si significaba tanto dolor, no podía ser tan hermoso como lo decían los libros, y pensar que los valientes y románticos caballeros eran unas bestias sádicas con sus damas era una idea que descartó tan pronto como llegó.

-Aüre... ¿Por qué me duele?- Preguntó, en voz baja, tierna, todavía con un dulce gemido del placer que seguía corriendo por todo su cuerpo como una saeta. Le acarició el rostro al licántropo con mucha ternura, mirándolo con sus ojos cafés y redondos; no estaba molesta, sólo quería saber qué ocurría... Y hallar una forma de arreglarlo para disfrutar esa romántica noche con su amado caballero de brillante armadura.

-Y-ya veo... - Dijo sonriéndole y cerrando los ojos. Tenía sentido, era la primera vez que hacía algo como eso, era obvio que su cuerpo no conocía esas nuevas sensaciones y necesitaría acostumbrarse. Miró al bulto que se hacía en la entrepierna del licántropo y estiró una de sus manos acariciándolo sobre la ropa. "Aüre debe sentir bien si le toco esto... Igual que yo siento cuando toca mi... "... Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por una nueva y más intensa sensación de placer. Podía sentir los dedos de Aüre frotando un carnosito botón que empezaba a sobresalir de sus pliegues, y que al roce del tacto humedecido del lobo la hacían estremecer. Sin poderlo evitar dio un gemido intenso, apretando con su manita el miembro viril de su maestro y frotándolo más intensamente.

-Aüre... ¡Aüre!.- Jadeó de nuevo su nombre, con el cuerpo temblándole por esa intensa sensación. Era mucho para ella, casi no podía aguantarlo; sentía cómo estimulaba sus carnosos labios a la vez que jugaba con ese tierno botón, al mismo tiempo que ella se tomaba uno de sus suaves y redondos pechos y lo masajeaba cada vez más frenética. Estaba a punto de derretirse, el calor de su cuerpo iba creciendo hasta que no aguantó más. Dio otro grito de placer arqueando la espalda y apretando fuerte los ojos; dobló hacia adentro las rodillas y siguió gimiendo estrepitosamente, dejándose llevar por la potente y enervante sensación de su primer orgasmo.

La joven respiraba agitadamente después de aquel húmedo e intenso orgasmo que había experimentado; era el primero en toda su vida y lo había disfrutado enormemente. Jadeante, miró a su maestro sonreirle, y correspondió a su gesto tomándole el rostro y entregándole otro largo beso al licántropo. Al sentir que su maestro acercaba su mano a su intimidad de nuevo confirmó que eso no había sido el final, que aún faltaba mucho por hacer. Y no habría querido que fuera diferente, aún le quedaban muchas ganas de continuar con el acto de amor; incluso se le había disipado todo el cansancio por la batalla con el dragón de hielo. Lo único que deseaba era a Aüre, quería que la besara, que tocara su cuerpo y la llevara a nuevos límites. Cuando cayera rendida a la cama, quería ser con el a un lado.

-S-sé que aún no acabas conmigo... - Le musitó jadeante al oído, rozándolo con sus labios. -Quiero más, Aüre... - Y un gemido que se le escapó en ese momento provocó que, más que una petición, sonara como un ruego. La joven le lamió la oreja como él había hecho con ella antes, sintiendo como el lobo deslizaba su dedo en su interior. Igual que antes experimentó esa punzada incómoda de dolor mezclada con un profundo sentimiento de placer; Rossy se mordió el labio, gimoteando a causa de ambas sensaciones, tratando de relajarse y soportarlo hasta que sintió su dedo dentro de ella. Su interior le ardía como si se hubiera raspado con algo, y a su olfato llegaba un lejano dejo de sangre. Empezó a asustarse y cerró los ojos.

"Calma, Rossy... Sólo relájate... Si te calmas, pasará y ya no dolerá...", pensaba, repitiendo en su mente las palabras de Aüre. En verdad lo amaba, confiaba ciégamente en el, y con esas simples palabras le bastaba. Obediente, respiró profundamente y se serenó, y tal como lo dijo el lobo, el dolor iba cesando lentamente para dar paso a ese embriagante placer que la iba encendiendo de nuevo. La joven empezó a sonreir contenta de ver cómo las palabras de su amado resultaban verdaderas, entregándose a las caricias y juegos que empezaba a practicarle.