Paseando entre los miserables

Nuevamente el crepúsculo había sacado a la princesa de las sombras de su sueño imperturbable. Esa noche en especial la joven había decidido darse una vuelta por los viejos calabozos, donde tanta miseria, miedo y dolor podían sentirse en el mismo aire. Simplemente era un banquete moral el pasearse entre los barrotes observando la pateticidad de los prisioneros que no hacían más que levantar los ojos hacia aquella mujer bella de piel blanca y brillante bajo la luz de las antorchas. Para algunos ella era un angel, una esperanza para otros era el demonio en persona que venía a buscarlos por sus pecados. Ninguno estaba en lo correcto, ninguno estaba equivocado.

- De no ser por la mugre vendría más seguido a este lugar sin alma- murmuró para si misma sacudiéndose algo de polvo de una de sus hombreras con holanes tejidos en fina seda negra. El conjunto de sus ropas, todas tejidas con sumo cuidado y en encajes oscuros, daban una impresión elegante, tétrica y exótica en aquella mujer.

Con una bota de tacón golpeó uno de los barrotes intentando despertar a uno de aquellos miserables pedazos de hombre que residían en aquellas catacumbas. Pedazos de hombre porque uno podía facilmente darse cuenta de la falta de carne que debía haber llenado sus ropas en un pasado más encantador. Las sombras del lugar parecieron entonces tomar algo más de cuerpo.. un espacio que hasta unos momentos antes había arecido libre y vacío. No había sed aquella noche, el quemar de su garganta siempre sediente había sido satisfecho ya, ahora sólo era un juego más de la eternidad.

Permiso...

Calabozos...los adoraba, ¿y como no hacerlo? habiendo tanto miserable en ellos, tanto dolor, sufrimiento, angustia y dolor... pero sobre todo remordimientos. Un amago de sonrisa cruzo su rostro ante esos pensamientos, se sentia tan liviano en el territorio de la desesperanza.

Dio un pequeño salto haciendo ondear su capa y se sujeto de uno de los barrotes para ver a uno de aquellos desdichados, por su aspecto debia de llevar mucho tiempo encerrado, su rostro cadaverico, los ojos hundidos, la piel marchita y mechones de pelo cubriendo su rostro, la miseria misma. Sus manos temblaron ligeramente y sus ojos brillaron de emocion. Los humanos... los amaba tanto como los odiaba, y es que eran tan crueles con los suyos, tan orgullosos, tan cambiantes, tan exquisitos. Se relamio los labios. -si...este es un lugar maravilloso-dijo soltando los barrotes y continuando su recorrido por aquella tierra de odio y lagrimas.

Una sombra más hizo acto de presencia en aquellos calabozos oscuros. La joven cesó su caminata para concentrarse en lo que sucedía a su alrededor. Las sombras siempre habían sido sus compañeras... y como buena amiga sabía escucharlas.

Aparentemente era un joven... pero no humano. Sus ojos brillaban en la oscuridad misma del lugar. Quizá ese día resultaría bastante más entretenida de lo que creía.

Con una sonrisa maliciosa levantó una muñeca con un movimiento grácil. Miró la punta de sus dedos unos momentos antes de girar dicha muñeca hasta que su palma mirara al techo, ahora algo destruído por la humedad, y hacer que ésta hiciera una seña como llamando a alguien.

Las sombras, que ya comenzaban a tomar una forma física en el lugar, se mantuvieron quietas, esperando. Alrededor del joven que había entrado al recinto las sombras parecían alejarse... todas menos la suya.

Theresus volvió a girar la muñeca, dejando caer su mano como si esta no tuviese vida. Su sonrisa era sanguinarea, su mirada fría y entretenida.

La sombra del joven se levantó del suelo, de ahí en donde seguía a su imagen corporea fervientemente, y se puso frente a él. De haber tenido una expresión facial, probablemente habría esbozado una sonrisa